Pánico en el mercado....
Pánico en el mercado....
Pánico en el mercado
Una tarde me encontraba paseando por la ciudad con mi mujer y mi hija, en eso que mi esposa vio un mercadillo, interesándose en acercarse esperando encontrar algo que le guste para comprarlo. Yo y mi hija no estamos de acuerdo, al final accedimos los dos a su petición, mientras ella está hablando con el dependiente, empezó en un sitio cercano una riña entre dos hombres, al parecer estaban borrachos perdidos.
La gente que ocupaba el entorno al ver la gresca escampó rauda del lugar, el tendero intenta recoger los detalles que rodando por el suelo quedaron esparcidos. En ese momento mi mujer y mi hija, que se encontraban en compañía, intentamos escondernos en el quicio de una puerta. Mi esposa y la pequeña subieron en cima del portal, y yo con mi cuerpo intentando protegerlas de posibles peligros que evidenciaba la situación. Mientras lo borrachos seguían peleándose con fuerte violencia, el dueño del tenderete arrodillado en el suelo recogía los cachivaches.
Uno de los que se disputaban el aguardiente, saco una enorme navaja intentando clavársela en el cuerpo al rival, con quien mantenía la pelea, defendiéndose cómo puedo el rival consiguió escapar de sus garras. Nervioso el de la navaja, viéndose asolas sin conseguir su objetivo de arrebatarle el alcohol, empezó a caminar hacía donde nos encontramos nosotros. Poniéndome el filo de la navaja en la garganta.
–¿Estas idiota qué me mira como un tonto? –me preguntó con voz fuerte.
Yo intente responder pero no me salían las palabras, mientras esto ocurría, mi mujer se arrodillándose en el suelo buscando uno de los trastos que le gustaba.
–Debería dejar la navaja en el suelo –le dije–. Donde la tiene ahora no le va a servir para nada –después de estar un tiempo pensando el agresor –le pregunte–. ¿Quiere dinero para comprarse una botella de vino?
–¿Cuánto dinero me vas a dar? –preguntó el matón.
–Diez euros, tome cójalos y márchese. Con ellos puede comprar varios litros de vino.
–Con esto no tengo bastante, necesito más.
Metí de nuevo la mano en el bolsillo y le di otros diez, con un zarpazo los cogió, y se quedo discutiendo con el tendero. Rápidamente le dije a mi familia que nos marchemos del lugar, mi hija me siguió en seguida sin poner resistencia, no siendo así con mi mujer, la cual continuaba con afán intentando encontrar algún cacharro que le interese.
–¿Vienes con nosotros o te quedas revolcándote por el suelo?
–Espérate un momento, a ver si encuentro algo de mi agrado.
–¡No puedo esperar ni un momento!, ¡quiero marcharme de inmediato de este lugar! ¡Vamos Paqui! si no quiere venir la madre que se quede.
–¡Esperadme no me dejéis en este lugar! –se incorporo de forma rápida, empezando a correr y con grandes zancadas nos dio alcance.
Los borrachos siguen riñendo y el de la navaja, le hizo un tremendo corte en la garganta al otro contrincante, saliendo-le la sangre a borbotones. Mientras a mí me escocía mucho el garguero, dejándome sin poder hablar, mi hija llorando me gritaba:
–¡Vamos padre caminemos más de prisa!
–No puedo menearme le dije, lo intentaba un y otra vez sin tener satisfactorio resultado, me mire las manos y la tenía llenas de sangre, todo a mí alrededor estaba lleno de sangre. Cerré los ojos y me aclame al cielo con la oración del Padre nuestro, la gente pasa cerca de donde nos encontrábamos, nos miraban, se ríen y continúan el camino. En eso que paso una bici con un hombre encima de ella y para no pisarme hizo sonar el timbre, intente moverme y a malas penas lo consigo, mientras el timbre de la bicicleta sonaba insistente y cada vez más fuerte, y con mayor insistencia, hasta que al final logre despertarme. Agradeciendo al ver que me encontraba acostado en la cama, y el timbre era el despertado que continuaba sonando.
Manuel Constant Vidal
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