OSCURIDAD POÉTICA DE SABRA Y EURÍDICE CANOVA
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La habitación del sótano

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Mensaje por Rosko Jue Nov 22, 2012 9:06 am

La habitación del sótano

Comenzaba mi primer año de Facultad y debía trasladarme a la ciudad por este motivo. A través de una compañera de trabajo de mi madre conocí a Rose, una mujer sesentona y solitaria que me ofreció una habitación en su casa en la que poder residir durante ese curso.

Pero yo añoraba mi pueblo, aquella aldea en la que había nacido, me había criado y enamorado, por eso cada fin de semana acudía ansiosa a la cita con los míos.

La convivencia con Rose no suponía ningún problema. La mujer tenía un carácter un tanto peculiar, apenas sí hablaba y cuando lo hacía, su tono sonaba brusco, incluso borde en muchas ocasiones. Pero me cuidaba como a una hija, hacía ella todas las tareas de la casa e impedía que yo moviese un sólo dedo para ayudarla. Hacía que me sintiera como una invitada, pese a mis intentos por demostrarle todo lo contrario. “Tú bastante tienes con estudiar”, me repetía incansable una y otra vez.

Como cada viernes yo preparaba mi maleta para regresar al término del fin de semana. Hasta aquel domingo en el que a mi regreso, las cosas comenzaron a ir mal. Cuando llegué y abrí la puerta de mi alcoba, contemplé horrorizada que todas mis pertenencias se hallaban desperdigadas por doquier. Fui en busca de Rose y me la encontré tranquilamente repantigada frente al televisor con una gran bolsa de palomitas de maíz. Me miró, pero ni se inmutó al ver la expresión desencajada de mi rostro.

- Nos han robado –le dije inocentemente.
- No.
- ¿Entonces qué ha pasado en mi habitación? –le pregunté.
- Nada, habrá sido una corriente de aire. Debiste dejar la ventana abierta antes de marcharte –me explicó con sosiego.

No insistí más en ello, pero la desconfianza se había apoderado de mí. La idea de una corriente de aire podría ser cierta, pero no cuando mi cuarto estaba en el sótano y las ventanas eran tan estrechas que ni el más ágil de los gatos podría colarse por ellas.

Pero cada fin de semana, me marchaba y a mi vuelta lo encontraba todo, en mayor o menor medida, revuelto. Y esto comenzaba a pasar factura en mi convivencia con Rose, ya que no me fiaba de ella. Pensé incluso en poner un cerrojo en la puerta o candados en los cajones, pero no me parecía muy honesto, al fin y al cabo yo vivía en su casa.

Decidí entonces no marcharme ese viernes. Preparé la maleta como de costumbre y me despedí de Rose, que apenas apartó la vista de la televisión. Cerré la puerta principal de golpe y con mucho cuidado de no hacer más ruidos, me fui de nuevo a mi habitación. Abrí la puerta del armario y provista de un par de manzanas, me quedé allí con la puerta entreabierta para descubrir lo que sucedía en mi habitación durante mis ausencias. No sabía cuanto tiempo tendría que pasar allí encerrada, y si ese fin de semana sucedería algo o no.

Pasaban las horas y comenzaba a caer la noche. El aburrimiento era enloquecedor, y cada sonido me parecía el fin del mundo. Pero nada, todo continuaba intacto. Arriba, y por los pasos de Rose, se podía adivinar el trayecto que la mujer hacía por la vivienda; del salón al cuarto de baño, pasando por la cocina y vuelta al salón. Ése era su mayor ejercicio.

Di un par de cabezadas más antes de despertarme por completo. Un halo de luz entraba por la rendija del armario, señal de que alguien había encendido la luz. Miré por la abertura y me sorprendió ver a un niño de corta edad y de espaldas, revolviendo entre mis prendas de la mesilla. Pensé en salir de inmediato y propinarle unos azotes, pero me contuve para tratar de descubrir cual era su propósito.

Allí estuvo unos minutos hasta que hubo vaciado por completo los cajones. Entonces se giró y lo que vi me provocó un vuelco en el corazón. El niño tenía el rostro totalmente desfigurado, media cara había desaparecido junto con parte de su cuero cabelludo y de aquel cuadro sólo se libraba el ojo izquierdo, que había marcado ya su próximo objetivo: el armario.

Yo contemplaba horrorizada cómo el pequeño monstruo se acercaba, pero no podía hacer nada ante mi inminente descubrimiento. Agarré con fuerza una de las manzanas, dispuesta a arrojársela si trataba de hacerme algo.

Se detuvo a escasos centímetros de la puerta. Por la ranura pude ver cómo su manita aferraba el pomo y tiraba de él. Entonces la puerta se abrió y la escena fue espeluznante. El niño se asustó mucho más que yo al verme allí y comenzó a lanzar incomprensibles alaridos al tiempo que corría sin control por la habitación, dejando a su paso un putrefacto hedor. Salí del armario buscando la salida de aquel maldito sótano, pero alguien me lo impidió. Rose estaba plantada en la puerta y sus rollizos brazos sostenían contra el pecho una escopeta de enormes dimensiones.

Entonces, le quitó el seguro y apuntó.

Instintivamente cerré los ojos y toda mi vida pasó ante mí en milésimas de segundo. Me dio tiempo de dar gracias a Dios por la familia que me había dado y por lo afortunada que había sido antes de oír el atronador disparo. Caí al suelo por inercia, pero yo estaba intacta. El niño corría, esta vez ya sin cabeza, hacia la pared del fondo, chocando continuamente contra ella en busca de la inexistente salida. Entonces se desplomó de espaldas y no se volvió a mover.

- Es la segunda vez que le disparo, pero volverá de nuevo –me explicó Rose-. Será mejor que te busques otra habitación lejos de aquí porque no me gustaría perder a otra hija, cariño.


Autor: A.I. Kavaniyas
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Rosko
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Mensaje por Rosko Jue Nov 22, 2012 7:16 pm